EL PIBE SE JUGÓ-CUMPLEAÑOS MARCELO
Todos sabemos donde vive. Todos sabemos que hubiera sido muy complicado ir hasta esos pagos, lejanos, turbulentos, oscuros, casi extraños al sentir nacional y popular. Pero encontró la solución, y aprovechando el ranchito de su progenitora, allí nos recibió. Vamos a ir subiendo algún material y de a poco intentaremos reconstruir algunos momentos inolvidables de la noche del viernes 25 de junio de 2010.
Algo raro había en el aire cuando fuimos llegando a la vieja casona de la calle Libertad, donde tantas y tantas cosas vivimos junto a Marcelo y sus viejos (y la hermana, no nos olvidemos de la hermana). Apenas entramos, al lado del pai había un personaje un tanto extraño, joven, con pelo largo y barba que nos iba recibiendo con una sonrisita que mucho no nos gustó. Había alguna picadita por ahí, algún quesito, alguna galleta, nada demasiado importante y lo más extraño era la parrilla que sólo tenía fuego, nada por aquí, nada por allá. Para no alargar la incertidumbre, deberemos decir que el niño en cuestión era un percusionista amigo del pai, quien sin ningún tipo de inconvenientes, nos contó para que venía. Y ahí nomás, nos hizo una serie de ejercicios de vocalización, respiración, relajación, para pasar a luego de ponernos en patas, a darle y a darle a los varios instrumentos de percusión que supo conseguir. Y entramos a darle a los tambores, a las panderetas, bongoes y no se cuantas cosas más. Nos hizo creer que éramos mejores que la Sonora del Plata o los Tururu Serenaders, cuando en realidad me parece que eramos diez perros apaleando tachos. En fin, nos desquitamos un poquito del stress de un día viernes. Me parece que esto tiene un bis, ahí quedó picando el tema.
Ahora bien, el ejercicio también nos abrió el apetito. Grande fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que las vituallas recién se colocaban en la parrilla, lo que implicaba una demora no menor a los 70/80 minutos, toda una eternidad para estos viejos hambrientos. Como sería el hambre que había que a pesar de cagarnos de frío, nadie se movió de al lado de la parrilla, donde devoramos los chorizos que el homenajeado trajo del pobre Luis. Pasado ese momento, nos fuimos para adentro, donde terminamos de devorar lo que Marcelo tenía par nosotros: asado, cerdo, pollo, todo muy bien hecho, gracias a la colaboración de varios expertos en el tema. Quedará para un futuro cercano o lejano, dilucidar el tema del pollo en la parrilla, piel o hueso? que va primero? Charly por un lado, el pobre Luis por otro. Hubo apoyos diversos, pero algo quedó claro: del pollo no quedó nada.
Claro, uds. dirán, que más pasó? Y no mucho más porque como ya hemos dicho, empezamos más que tarde a comer. Así que, con la presencia de todos los que están en la foto, disfrutamos de ruidos, golpes y un buen asado. Párrafo especial para el sr. Toia, quien cual hombre que volvió de la muerte, nos relató su odisea. Por suerte pudo contarla.
Señores, buenas tardes.
Algo raro había en el aire cuando fuimos llegando a la vieja casona de la calle Libertad, donde tantas y tantas cosas vivimos junto a Marcelo y sus viejos (y la hermana, no nos olvidemos de la hermana). Apenas entramos, al lado del pai había un personaje un tanto extraño, joven, con pelo largo y barba que nos iba recibiendo con una sonrisita que mucho no nos gustó. Había alguna picadita por ahí, algún quesito, alguna galleta, nada demasiado importante y lo más extraño era la parrilla que sólo tenía fuego, nada por aquí, nada por allá. Para no alargar la incertidumbre, deberemos decir que el niño en cuestión era un percusionista amigo del pai, quien sin ningún tipo de inconvenientes, nos contó para que venía. Y ahí nomás, nos hizo una serie de ejercicios de vocalización, respiración, relajación, para pasar a luego de ponernos en patas, a darle y a darle a los varios instrumentos de percusión que supo conseguir. Y entramos a darle a los tambores, a las panderetas, bongoes y no se cuantas cosas más. Nos hizo creer que éramos mejores que la Sonora del Plata o los Tururu Serenaders, cuando en realidad me parece que eramos diez perros apaleando tachos. En fin, nos desquitamos un poquito del stress de un día viernes. Me parece que esto tiene un bis, ahí quedó picando el tema.
Ahora bien, el ejercicio también nos abrió el apetito. Grande fue nuestra sorpresa cuando descubrimos que las vituallas recién se colocaban en la parrilla, lo que implicaba una demora no menor a los 70/80 minutos, toda una eternidad para estos viejos hambrientos. Como sería el hambre que había que a pesar de cagarnos de frío, nadie se movió de al lado de la parrilla, donde devoramos los chorizos que el homenajeado trajo del pobre Luis. Pasado ese momento, nos fuimos para adentro, donde terminamos de devorar lo que Marcelo tenía par nosotros: asado, cerdo, pollo, todo muy bien hecho, gracias a la colaboración de varios expertos en el tema. Quedará para un futuro cercano o lejano, dilucidar el tema del pollo en la parrilla, piel o hueso? que va primero? Charly por un lado, el pobre Luis por otro. Hubo apoyos diversos, pero algo quedó claro: del pollo no quedó nada.
Claro, uds. dirán, que más pasó? Y no mucho más porque como ya hemos dicho, empezamos más que tarde a comer. Así que, con la presencia de todos los que están en la foto, disfrutamos de ruidos, golpes y un buen asado. Párrafo especial para el sr. Toia, quien cual hombre que volvió de la muerte, nos relató su odisea. Por suerte pudo contarla.
Señores, buenas tardes.
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